jueves, 20 de febrero de 2014

Un cuadro vivo

Estoy aquí y siempre miro por la ventana. Siempre es el mismo paisaje. Siempre, desde hace diez años, veo lo mismo por la ventana. Parece ya un cuadro. Lo primero que veo es la casa de mis vecinos. Ya no son los vecinos del principio pero la casa, blanca, que refleja el sol por la mañana es la misma. Mas allá se ve un conjunto de casitas de esas que te hacen pensar que viven en cada una de ellas una familia feliz con perro y todo. Y después ya no hay mas que verde.
 Hay un prado enorme en el que se crían vacas y caballos. A veces en las noches de verano se pueden oír esas vacas, a pesar de estar bastante lejos de mi ventana. De ahí hacia arriba empiezan las montañas. Yo destaco la que se ve desde mi ventana. A mitad de ella hay una vía de tren. A veces se oye pasar el tren pero no se ve, a veces solo se ve y pasa en silencio como para pasar desapercibido. También se ven las ruinas de lo que fue un castillo pequeño. En alguna vida pasada tenia vida, seguramente de señores con nombre importante. Ahora solo es testigo de fiestas y seguramente de más cosas que solo él podría contar si pudiese.
 Por último en la cima esta la torre del telégrafo. Es la meta de los que buscan un pequeño desafio a pie o en bici. En verano se ve verde y en invierno acaba blanco.
Esta es la vista que tengo siempre y que me parece tan rutinaria que casi ni me fijo en los detalles. Pero cuando estoy lejos de mi casa, de mi ventana lo echo de menos. Y me acuerdo de cada detalle que a veces no aprecio.

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